CHRYSALIS V: TODOS LOS NIÑOS AL NACER SE PARECEN A BARRY WHITE

Se sienta en el bar a librar sus guerras mentales, su sangre fluye como si lo supiera, como si conociera ya todos los nombres sagrados de las cosas; “ahora lo sé, sé la verdad”, piensa. Mete la mano en su bolsillo, nota el tacto afilado del futuro y se siente a gusto.

Y los niños en uniforme que salen del colegio de enfrente van apilando la cadena de mentes contorsionadas que no cesan en la búsqueda de algo real en esta ciudad de mierda; y gráciles, jugueteando, se suben a su cima intentando tocar el cielo miasmático. Él observa a través de la empañada ventana buscando el tacto de las miradas, pero solo ve gente con los ojos en blanco perla, encerrados en si mismos. Solo ve ojos que orbitan y se internan en la mismidad para llegar a la dorada alma susurrante del hombre moderno: brillante, divina, solitaria. En este tour onanista hay tiempo para parar a saludar al niño que todos tenemos dentro convertido en el Dios de la nada, que navega solo en un océano de entrañas verde pantano en las que se ahoga.

“Mi abuelo se suicidó comiéndose 20 pilas de botón y nadie le dio tanta coba…” farfulla el camarero mientras él se sienta en la barra a librar sus guerras mentales con alcohol y en el exterior los niños salen del colegio, ríen y juegan sin percatarse de su condenada existencia. Él se gira y ve como en la TV en mute hablan de una pareja caucásica que ha tenido un hijo negro calcado a Barry White, todo un milagro. Pero no le interesa lo más mínimo, solo tiene ojos para el torrente de vida que emana de la yugular pulsante del camarero; baile sincopado que, sin saber por qué, le traslada a un borroso recuerdo de él con su padre en la feria del pueblo cuando era pequeño.

Y su mano se retuerce en el bolsillo, tocando con la yema de los dedos una sinfonía secreta que compuso para su padre, pero que este nunca llegó a escuchar por culpa del cáncer. Una sinfonía silenciosa al acariciar el filo del cuchillo donde se rebasa su mente quebradiza pensando cada tarde como sería sesgar la cordura y drenar el pasado. La fantasía se hincha, explota y se esfuma como cada día y solo queda una rotoscopia enquistada de bebés con la cara de Barry White. La noria. Un café con leche. Sangre en los uniformes de los niños que disfrutan de la brisa exterior.

Piensa que algún día ellos serán como él, y su sangre fluirá y hervirá como si lo supieran, como si supieran ese, nuestro secreto, la verdad. El día que crezcan y dejen de intentar tocar el cielo y sus ojos se tiñan de blanco perla y se debatan entre tragarse un puñado de pilas de botón o apuñalar a alguien.

"Study for a Portrait" - Studie zu einem Bildnis

CHRYSALIS IV

Ya lo decía su abuelo: “no es un mal chico”, simplemente necesitaba ser querido, como todo el mundo. Así, de pequeño, aprendió que si hacia ver que estaba enfermo, sus padres, siempre peleados, olvidaban sus disputas y centraban todas las fuerzas y atención en él; en cuidar a su niñito. Eso le reconfortaba, le hacía sentir mejor.

De este modo, entre enfermedades fingidas, este buen chico se acabó perdiendo en un camino de no retorno; entre tics, tartamudeos, sorderas, insomnio, parotiditis, giardiasis, colon irritable y un largo etcétera de enfermedades falsables. Pero lo que comprobó que mejor funcionaba – y menos detectable era en su fingimiento- eran las taras físicas y, entre ellas, la cojera se convirtió en su favorita. Hasta tal punto que llegó para quedarse, como un rasgo innato de su naturaleza quebradiza. Después de tantos años cojeando, ni él sabía distinguir muy bien si todo era parte de la farsa o si la farsa se había convertido ya en una realidad. Distrofia muscular, dos muletas y un andar deslavazado serían ya para siempre sus grandes compañeros.

Sin embargo, la atención que tanto anhelaba, con el paso del tiempo se acabó revelando en su contra: todo el mundo le ayudaba, sentía pena por él, le cedía el sitio, le abría las puertas, en definitiva, le trataba con una condescendencia que no le hacía más que sentir un abismo emocional entre él y el mundo. Lo que en un tiempo le había acercado a la gente, ahora le alejaba y le hundía en una profunda depresión y glaciación emocional. Se había convertido en un veinteañero huraño, desconfiado y misántropo.

Por lo menos hasta que la conoció a ella. “Es un ángel”, pensó la primera vez que la vio. Ella no era como el resto. Ella iba en silla de ruedas, y él encontró en este condicionante vital un milagro al que asirse. Con ella se sentía en sintonía: una persona que comprendía su postura vital, su drama. Hermanados en sus distrofias. Alguien que no sentía pena por él, ni le miraba altiva ni condescendientemente. Una persona a la que cuidar y por la que ser cuidado que, con sencillez, sabía crear un círculo íntimo de confianza y respeto, en el que no juzgarse, en el que amarse.

Estaba locamente enamorado de ella, por eso aquello le vino de sorpresa. Un día al despertar llegó. Esa voz, ese escalofrío por el espinazo, esa sensación de una presencia acechante. Esa frialdad a flor de piel de la que no se podía librar. La duda se había instaurado en él. Su maquinaria de fulero se había puesto en marcha y había comenzado a sospechar de ella, de la posibilidad de que fuera también una farsante. No podía ser lo perfecto y claro de su invalidez, lo impecable de su relato del accidente de coche; algo no cuadraba. Sabría reconocer a la legua a cualquiera que fingiera una enfermedad o trauma y era obvio que ella fingía su paraplejía. ¿Cómo se explicaba sino que esa misma noche a él le hubiera parecido ver que movía los dedos de los pies? ¿y aquellos espasmos en las paredes internas de su vagina siempre que lo hacían si, en teoría, no tenían movilidad ni sensibilidad?

No se reconocía, de la noche a la mañana dejó de ser el mismo con ella: del cariño pasó al odio, de la atracción al asco. No le cabía en la cabeza que ella le pudiera mentir así, con lo pura que era; y eso le carcomía por dentro. Con el paso de los días cada pequeño gesto de ella le recordaba su farsa, veía en cada ápice de ella sus propios actos, sus propias mentiras, una copia perfecta de su ser, como si de un espejo se tratara. Ya no sabía si la odiaba a ella o comenzaba a odiarse a si mismo.

Su enajenación llegó a tal punto que un día después de cenar reventó: se puso en pie y al grito de “eres una sucia mentirosa”, la levantó de la silla de ruedas y la tiró al suelo. Esperando que ella se levantara, caminara y descubriera el pastel. Pero nada pasó. Ella se quedó en el suelo llorando, incapaz, sin comprender nada. De repente él, en una especie de epifanía, revivió en el escenario presente las antiguas disputas de sus padres que tanto le entristecían y dieron el pistoletazo de salida a todo esto. Rompió a llorar también. Se tiró al suelo y la abrazó, pero ella se zafó y le dijo entre sollozos: “eres una mala persona”. Y entonces él lo comprendió todo: su abuelo siempre había estado equivocado.

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CHRYSALIS III

El pasillo es jodidamente largo y él no para de flagelarse pensando en por qué coño tenía que haber salido justo hoy con el Juanra y el Toño, señores del embotamiento, y en por qué cojones había aceptado meterse el LSD. Mientras corre desubicado, piensa que es un débil. Jodidamente débil. Un mierdas. Un borracho, un drogadicto. Que su vida no ha sido más que un declive continuo desde hace dos años: la muerte de su padre, la separación de su pareja de toda la vida, el suicidio de su hermano, la depresión, el desierto profesional y vital, dejar embarazada a Ingrid de penalti…y encima, ahora, llegar tarde al nacimiento de su hijo. Vaya puta mierda. Mira que ella le dijo que no quedaba nada, que se quedara con ella esta noche, pero no, él tenía que mentirle y decirle que iba a casa del Juanra a currar lo del proyecto. Un poco de droga para acallar las voces, eso es lo único que él anhelaba.

La carrera por el pasillo se convierte, paso a paso, en una misa de réquiem por su línea temporal, por su vida ahora extendida como una alfombra por el suelo del maltrecho hospital. Ve como las paredes supuran tiempo, y el éter que le envuelve le ahoga. Está en la cima del colocón. Cada paso que da es una espera, todo le pesa. Se apoya un segundo en la pared y esta se descompone en partículas elementales que se pegan a las yemas de sus dedos, todo formado de ellas, todo conectado por ellas: la realidad le muestra su desnudez. Corre despavorido.

Llega delante de la puerta. Se detiene un momento e intenta calmarse; “debes aparentar normalidad”, piensa. Abre la puerta, mientras se dirige a su mujer y a un tumulto familiar indiscernible piensa en que no tiene ganas de nada, solo de morir. ¿Qué puede aportarle, transmitirle a esa criatura? Nada. Deberían haber abortado. Fuerza la sonrisa a pesar de que no entiende nada o quizás entiende todo demasiado; eso le asusta. Los ve a todos clarividentemente, con sus trajes de personas: ondas pulsantes, campos de energía fluorescente, espacios etéreos de materia vacua. Paisajes desiertos. No son ellos, no son nada; pero no lo saben. Se fija en un poco de sangre coagulada en la colcha, debe ser del parto; le parece precioso.

Una amalgama de voces le ataca, él no responde. Una pequeña masa cae en sus brazos. Es un ser informe. El único ser que brilla allí…de repente algo cambia en su interior. Siente que es el único ser a escala cósmica con el que puede entablar una verdadera conexión. “Yo voy en ti hijo” le intenta transmitir telepáticamente. Y a medida que lo mira, el ser va tomando forma como si su mirada le conformara. Pequeñas manitas, pequeños piececitos. Lonchas de carne rechonchas y débiles. Pero será fuerte, muy fuerte; cuando se haga mayor. Todo se define menos el rostro, papá le mira y solo ve un gran hueco lleno de vacío en el centro de la cara dónde debería expresarse alguna facción. Un agujero negro, un no rostro; el ser sin identidad: sin presente, pasado, ni futuro. Una voz rompe el silencio y dice “se parece a papá, tiene su misma expresión”. Papá sigue observándole con estupor y de repente se alegra y sonríe y piensa: “sí, se parece a su papá”.

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CHRYSALIS II

Coge el móvil a medio acto, pequeño gesto que ya supone una derrota en si mismo. Le duele aceptar que es una de esas noches, pero lo es. Si no se le ha puesto dura del todo ya, no lo va a hacer ahora. Comienza a oler el gatillazo inminente; eso le jode. Ha sido una noche surrealista. Demasiada coca, se convence él. Sino que se lo digan a ella, encerrada en si misma, centrada en su clítoris. Ojos cerrados y pequeñas bocanadas de pez, buscando el resorte, su único e intransferible placer. Vaya zorra de mierda. Él enciende el móvil, pero sigue penetrando, bombeando para que ella no se percate. Es una nota de voz de su colega, la escucha. Suena Yung Lean de fondo, parece que al final sí se han liado de after, que envidia. El colega canta a grito pelado Bonnie & Clyde seguido de unos gemidos al estilo Gainsbourg y comienza a decir con voz gangosa que quiere comerle el coño arrugado y poroso a la vieja de Brigitte Bardot o a La Faraona o a las dos a la vez. Después vienen dos delirantes minutos de un ruido extraño con la lengua, como si lamiese una pared estucada o el lomo de un perro de aguas. Apaga el móvil de golpe. Intenta contenerla, pero una risa tonta, histérica se apodera de él. A duras penas consigue ahogar la risa cuando comienza a llorar y ya no sabe si es por la presión, el subidón o el descojone. Al final no puede más y comienza a reír a carcajada limpia. Con el traqueteo, dentro, la polla, hace click en esos resortes tan ansiados. Ella gime muy fuerte. “Vuelve a hacer eso”. La preocupación de él se esfuma. Y, de repente, todo llega fluido, en cascada: él se viene arriba, la erección vuelve, la risa sigue, cada vez más fuerte, ella gime, el ríe aún más, su polla se tensa, el clítoris de ella se dilata. Ella ríe, todo comienza a mojarse. Él ríe, ella muerde, abre los ojos y le mira por primera vez en toda la noche. Él y ella se miran, gimen al unísono, se descojonan y los dos lloran sin saber discernir el porqué. Y, en medio de ese caos, el móvil vuelve a sonar, pero ya nadie lo coge.

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CHRYSALIS I

A la hora de la comida, recién salidas del peepshow, aún sudadas y en ropa interior, se reúnen ansiosas con él en el descansillo, a comer de sus tuppers y contarle sus penas. A abrirle el corazón y explicarle sus vidas. De persona a persona, profundamente, como no lo hacen con nadie. Todas coinciden en el asco que le han cogido a los cerdos de los hombres, y lo diferente que es él a todos ellos. Es un ángel para ellas. Su padre, su hermano, el marido que nunca las ha amado. Su protector y amigo. Acabado el descanso, ellas vuelven contentas, plenas, renovadas, llenas de confianza al trabajo gracias a sus consejos. Entonces él, satisfecho, espera unos minutos y entra a escondidas en las cabinas y, sin ser visto, las observa detenidamente a través del espejo, con fervor, y se masturba violentamente con ellas. Se masturba pensando en sus vidas, comprendiéndolas, amando su herida. A veces, fantaseando que es alguno de los otros hombres, aquellos que no puede ser, los que no las aman; maltratándolas, violándolas. Después se limpia meticulosamente y vuelve renovado, pleno, contento a su puesto de trabajo en el sex-shop, dispuesto a escuchar y ayudar a quien haga falta.

david garrigues herrera

I´M WASTED

Puñaladas blandas en el tacto de los días pasados,

en el sabor de los paladares huérfanos,

en el recitar de mis verbos invertebrados;

en las líquidas huellas dactilares de los nonatos,

que nos guían al paraje nevado de tus ambages,

donde enterramos el fósil de nuestros nombres.

 

Quizás solo sea el áspero vaho de mi respirar torcido,

el fantasma de los exilios en los que he sido acogido.

 

Tengo un acceso de lentitud,

un hueco lleno de vacío en el rostro,

un discurso en dos tiempos que nunca dije,

una inflamación perineal que me hace andar con eco.

Un pollo lleno de confeti y cartas de despedida,

de cristales puros de bostezos enquistados.

 

Quizás solo sea el áspero vaho de mi respirar torcido,

el dédalo de las noches de sexos esquivos.

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El último adiós

Dice que se llama Jely….

La verdad es que llevo unos días bastante cabreado con el mundo: Mireia se ha pirado a Alemania, no quiero saber nada de la zorra de Laia, no quiero volver a clase, no quiero comenzar bachillerato…no quiero nada. Casi no tengo ni ganas de ver a Carlos y al resto. Es demasiado pronto y voy en el bus con Linkin Park a tope en los cascos. Ella se sube una parada después de la mía, la reconozco de haberla visto el día anterior en la presentación del curso, pero me hago el sueco. No tengo ganas de saludar a una desconocida, ¿para qué? Todo es una mierda. Cuando nos bajamos en la parada del cole se va en una dirección que no es. Está perdida. Es nueva, aún no sabe cómo ir. ¿Qué hago? Me acerco, me presento y le indico el camino. Viene conmigo. No me apetece hablar. Me explica que ayer fue su cumple. Sonríe. Tiene una forma de hacer muy graciosa. Sonríe todo el rato, por cualquier cosa. Tiene unos preciosos ojazos verdes. Me hace reír pero lo escondo, me hago el duro.

Dice que se llama Jely. Es un nombre raro y precioso.

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La llegada

Cuando vinieron a por nosotros

yo ya no soplaba palabras al viento,

ni tu me roías los zapatos.

Yo ya no recitaba mis dudas,

ni tu proyectabas a oscuras tus miedos….

 

Ya no nos gustaban Lynch, Buckowski, Foster Wallace,

Pearl Jam ni Alt-J ni siquiera Kings of Leon.

 

Cuando llegaron ya no coleccionábamos ojeras

ni cáscaras de naranja al despuntar el sol.

Ya no contábamos las cosas desde el dos.

 

Cuando vinieron a buscarnos yo ya no me afanaba en atarme los zapatos,

ni tu en vaciar de mentiras los ceniceros,

ya no gritábamos que estábamos vacios de la hostia y que no teníamos nada

que decir…porque ya no teníamos nada que decir.

 

Cuando vinieron no supimos reconocer quiénes eran

ni tampoco ellos reconocieron quiénes éramos nosotros…

supongo que ya no éramos los mismos que habían estado esperando.

Cuando vinieron ya daba igual, porque habíamos olvidado

el motivo por el que les esperábamos.

 

….

Estoy deseoso de que vuelvan para comprender

por qué se fueron.

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¿Dónde estás ahora?

¿Dónde estás ahora que mi aliento se ha convertido en flema?

¿Dónde estás ahora que mis pasos no me siguen y me evaden?

Ahora que mi cuerpo se colapsa,

que mis ganas me ganan a la partida de la inmovilidad.

¿Dónde estás ahora que la tumba me acecha?

Ahora que a mi egoísmo y egocentrismo se le llama arte,

Ahora que la llamo puta en la cama y me pone pegarle

Ahora que vuelvo a escapar hacia atrás por ir tarde,

Ahora que todos mis planes tienen que ver con cuchillas

Ahora que voy para no llegar a ninguna parte

Ahora que no vienes…

Ahora.

Ah!

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OLORES

Me gustan las mujeres que huelen,

que huelen bien, que huelen a erección.

 

Sus dones servidos en una salvilla al compás

de la estela que siembran a su paso.

 

Una alevilla que transporta el imaginario de su feminidad

revolotea loca por las mustias escaleras de un metro.

 

Sé de ti una nuca, el vello erizado, mi mente traidora,

con mis labios en tu cuello y mi mano por debajo de esa falda

 

Pero, por favor, sobre todo, no te gires,  nunca te gires,

sigue siendo un misterio, sigue siendo inmortal.

 

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